domingo, 20 de noviembre de 2011
Nomas los taqueros se salvan.
Siento que al estar escribiendo esto en calzones a mitad de la noche, recién levantado de la cama, estoy haciendo una especie de bien a la humanidad, o algo así.
Todo se resume, creo, a una necesidad de sacarme esto de la cabeza antes de dormir.
Si tan solo se tratara de dormir, estirando la pata y abrazando la almohada, todo estaría resuelto. El problema está en que llevo un par de días retorciéndome en la ansiedad de saberme en mi mero territorio, sin punto de escape, visitante de mi propia historia, la causa de quien soy.
Estoy cada vez más convencido que León, la ciudad donde me tocó crecer es una mierda. Detesto reconocerme dentro de esta historia. Hoy estuve un par de horas discutiendo el tema en niveles de intensidad cada vez peores. No me resulta fácil.
Desde ayer que venía entrando a “la ciudad’’ estuve experimentando oleadas de ansiedad in crescendo. Mi primer reacción al respecto fue identificarlas como parte de un mecanismo de defensa relacionado a mi historia con este sitio. Poco después, ya mas en confianza, empecé a sentir que la razón de mi ansiedad y molestia era que entiendo algunas cosas de mas, y mi incapacidad por remediarlas. Gracias a eso de alguna manera la ansiedad cesó, pero empezaron a surgir otras sensaciones.
Ahora, después de varias chelas con mis cuates Leoneses, la sensación que permanece es la de decepción. Una especie de tristeza por lo que pudo ser. Por la vida que tuvimos y que la ciudad, o nosotros mismos, no supimos mantener. Hoy, lo único que seguimos teniendo entre nosotros es un pasado muy hermoso, y este presente cada vez nos distancia más.
Culpo a León. A su sociedad. A su maldita cerradez. A sus adultos mediocres y sin visión, que supieron heredarnos poco más que su conformismo. Una sociedad promisoria pero nada más. También nos culpo a nosotros los jóvenes. Somos culpables de adoptar sus pendejadas como verdaderas. De tomarlos en serio. De convertirnos en ellos.
León, destinado al fracaso en un par de generaciones más, a lo mucho.
Me quedo con el recuerdo de mis primeros 18 anos. El León que me hizo creer que esto de ser humano se trataba más que de cumplir con las obligaciones. El León que algún día me hizo sentir una suerte de orgullo por ser diferente, ya viviendo en el D.F.
Las opciones nunca existieron, solo fue una promesa. Varios de los personajes más interesantes de mi generación están perdidos ( a mi parecer) en vidas artificiales. Cumpliendo con deberes medianos para gozar de esa preciada “seguridad”.
Detesto esta ciudad. Detesto a la mayoría de sus habitantes. Leo en ella un futuro de crisis, fruto de la ignorancia que han aprendido a adoptar a cambio de una vida ‘’agradable’’ y sin demasiados cuestionamientos. Una ceguera por elección.
Los grandes Leoneses, además de Lucía Méndez y Polo Polo, son aquellos que han sabido huir y negar todo pasado relacionado con este pueblo. Bueno fuera que hubiera algún personaje de veras ilustre entre los leoneses. Va a estar difícil.
Todo se resume, creo, a una necesidad de sacarme esto de la cabeza antes de dormir.
Si tan solo se tratara de dormir, estirando la pata y abrazando la almohada, todo estaría resuelto. El problema está en que llevo un par de días retorciéndome en la ansiedad de saberme en mi mero territorio, sin punto de escape, visitante de mi propia historia, la causa de quien soy.
Estoy cada vez más convencido que León, la ciudad donde me tocó crecer es una mierda. Detesto reconocerme dentro de esta historia. Hoy estuve un par de horas discutiendo el tema en niveles de intensidad cada vez peores. No me resulta fácil.
Desde ayer que venía entrando a “la ciudad’’ estuve experimentando oleadas de ansiedad in crescendo. Mi primer reacción al respecto fue identificarlas como parte de un mecanismo de defensa relacionado a mi historia con este sitio. Poco después, ya mas en confianza, empecé a sentir que la razón de mi ansiedad y molestia era que entiendo algunas cosas de mas, y mi incapacidad por remediarlas. Gracias a eso de alguna manera la ansiedad cesó, pero empezaron a surgir otras sensaciones.
Ahora, después de varias chelas con mis cuates Leoneses, la sensación que permanece es la de decepción. Una especie de tristeza por lo que pudo ser. Por la vida que tuvimos y que la ciudad, o nosotros mismos, no supimos mantener. Hoy, lo único que seguimos teniendo entre nosotros es un pasado muy hermoso, y este presente cada vez nos distancia más.
Culpo a León. A su sociedad. A su maldita cerradez. A sus adultos mediocres y sin visión, que supieron heredarnos poco más que su conformismo. Una sociedad promisoria pero nada más. También nos culpo a nosotros los jóvenes. Somos culpables de adoptar sus pendejadas como verdaderas. De tomarlos en serio. De convertirnos en ellos.
León, destinado al fracaso en un par de generaciones más, a lo mucho.
Me quedo con el recuerdo de mis primeros 18 anos. El León que me hizo creer que esto de ser humano se trataba más que de cumplir con las obligaciones. El León que algún día me hizo sentir una suerte de orgullo por ser diferente, ya viviendo en el D.F.
Las opciones nunca existieron, solo fue una promesa. Varios de los personajes más interesantes de mi generación están perdidos ( a mi parecer) en vidas artificiales. Cumpliendo con deberes medianos para gozar de esa preciada “seguridad”.
Detesto esta ciudad. Detesto a la mayoría de sus habitantes. Leo en ella un futuro de crisis, fruto de la ignorancia que han aprendido a adoptar a cambio de una vida ‘’agradable’’ y sin demasiados cuestionamientos. Una ceguera por elección.
Los grandes Leoneses, además de Lucía Méndez y Polo Polo, son aquellos que han sabido huir y negar todo pasado relacionado con este pueblo. Bueno fuera que hubiera algún personaje de veras ilustre entre los leoneses. Va a estar difícil.
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