viernes, 31 de agosto de 2012

This is the fight of day and night. I see black light.

Las últimas palabras de alguien constituyen una especie de statement distinto a todos los que pueda hacer en la vida, pues están conferidas de un peso especial, por obvias razones. Son diferentes también en que no siempre están relacionadas con la vida y obra de quien las termina diciendo, ya que difícilmente alguien pueda ponerse a recitar alguna expresión ensayada, o a pensar en algo de carácter memorable cuando se enfrenta a su propia muerte. Existen casos diversos en ambos sentidos, desde frases célebres dotadas de gran valentía y simbolismo, hasta oraciones chuscas que terminan siendo vinculadas con el personaje casi por casualidad. Como las últimas palabras de Álvaro Obregón antes de que fuera asesinado: “más totopos”. Generalmente las últimas palabras mejor formuladas son aquellas que no llegan de forma abrupta, y son dichas en camas de hospital, o frente a algún pelotón de fusilamiento. Como la controversial frase atribuida al Che Guevara “Dispara ya, que estas matando a un hombre.” Entre personajes acostumbrados a la fama, que llevaron vidas distendidas como celebridades, existen varios ejemplos de frases memorables, de un carácter más ligero. En especial me gustan la de Humpfrey Bogart “I should never have switched from Scotch to Martinis”, y la de Groucho Marx, cuando alguien le rogó que no estirara la pata; “Die, my dear? Why, that's the last thing I'll do!” Me puse a pensar que seguramente para algunos personajes cuyas vidas están en peligro, ya sea por salud o profesión, debe existir ya una frase prefabricada para ese momento, algún acordeón mental para dejar esta vida con estilo. Gente que vive con las horas contadas: soldados, criminales, corresponsales de guerra, policías de zonas peligrosas o similar. Lo que uno menos quiere es que le pase lo que a Pancho Villa, que al ser balaceado por sorpresa solo pudo pedir que inventaran que había dicho algo padre. Un ejercicio interesante que se me ocurre, útil para la vida, sería utilizar un lenguaje que vaya acorde a la frase, “Vive cada día como si fuera el último”, que en términos lingüísticos sería algo así como “Habla como quieras ser recordado”. Así, cuando llegue la hora probablemente sea a mitad de una frase más célebre que “Ira, no manches…”.

sábado, 4 de agosto de 2012

Potencial

En tiempos de Juegos Olímpicos me puse a pensar en el rendimiento encabronado de los atletas, y en cómo dedican sus vidas a mejorar su cuerpo, optimizando cada detalle y disciplinando sus mentes, para competir con registros en constante mejora desde hace varias décadas. El cuerpo humano es básicamente una máquina que procesa alimentos y los convierte en energía para mover los músculos. Tensión y contracción. Estos se fortalecen a través del ejercicio y así, el cuerpo humano puede soportar más energía y producir más fuerza. Un boxeador típico debe golpear diario en promedio unos 200 o 300 golpes, tal vez mas, tal vez son miles. Sería interesante calcular cuanta energía acompaña cada uno de esos golpes y así promediar la cantidad de energía que produce un boxeador regular a lo largo de una carrera promedio de entre 10 y 20 años. Luego, sumamos toda la comida que consumió el boxeador durante todos esos años, y básicamente veremos que con algunos metros cúbicos de comida se puede producir una energía equivalente a la de una bomba gigantesca. El cuerpo es un motor de una eficiencia sin comparación. El cerebro es una supercomputadora. Nuestros peores enemigos son la escasez de tiempo, la degradación celular.