Hacía tres semanas que los sábados después de la cáscara aprovechaban para juntarse en casa de la abuela catalana, en la Florida, donde siempre había una buena tortilla española lista para ser devorada "a las chelas".
Después de un breve brunch mexicano-español acompañado de revistas de sudoku y las últimas "Hola", se unieron a la comitiva los 2 que venían llegando de clases.
Se despidieron de Isabel, formados en una filita semicirular, al tiempo que cada uno soltaba las obligadas frases típicas de despedida, para subirse después al Golf.
El plan de la tarde consistía en ir por 2 pollos y un par de cartones, para ir a cotorrear con los albañiles de alguna de las obras del rumbo.
Esa tarde, acordaron después de un brevario del copiloto, ir a un edificio a punto de terminarse en altavista, al parecer algunas nuevas oficinas del gobierno.
El velador con un cigarro recién prendido en la boca y una chela cerrada en la mano, les abrió la puerta aclarándoles que dentro de 1 hora vendría la camioneta para llevarse a los albañiles, y los 2 cartones de no haberse terminado, tendrían que quedarse bajo su custodia.
3 horas y media, y varias sandeces y gargajos de Don Ramiro después, regresaban zigzagueando a terminar la tarde y trazar el plan para el día siguiente.
El tiempo apremiaba: la apertura del edificio sería en 2 semanas, y por lo que escucharon esa tarde, era evidente que no habría de pasar.
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