viernes, 28 de mayo de 2010

Sobre la Elegancia y el Buen gusto.

Para ser elegante al grado de rozar la decadencia, sin caer en ella, y poder gozar de una excentricidad festejada, he aquí una serie de consejos.
Primero, se debe tener una total falta de respeto por los horarios establecidos. Para aquel con un sentido estético depurado, cualquier hora es mas que adecuada para servirse un trago, fumarse un habano y por supuesto, tener sexo indiscriminado.
Es menester del persecutor de la elegancia poder disfrutar de una sesión de desenfreno sexual sin el menor reparo hacia lo socialmente aceptado, pues la obtención y profanación del objeto de deseo, no es sino una constante en aquellos versados en las artes del placer y hedonistas consumados.
La elegancia a menudo se presenta cerca del dinero, pero en tiempos del uber-capitalismo, ser rico ya no es algo raro ni exclusivo. Ahora todo el mundo tiene acceso a los lujos y al entretenimiento burgués. También la ropa cara ha dejado de interesar a y quienes buscan la elegancia. Me atrevo a decir, que las demostraciones de clase mas contundentes que haya presenciado han venido de gente con poco o nada de dinero, casi en situaciones de indigencia, pero con un aplomo y unos gestos que dejarían callado a cualquier socialité neoyorquino. Y justamente menciono a la sociedad de dinero norteamericana, pues ellos fueron los primeros en desvincular la elegancia de la acumulación de bienes. Su clase privilegiada, en un intento desesperado por escapar de todos los clichés a los que estaba sometida, american psychos y brat packs y beverly ricos y príncipes del rap y demás, que se pusieron a buscar una identidad en las calles y afuera de sus academias de piano y poesía inglesa, y finalmente dieron con los restos marchitos del grunge que parecían querer decir mas que guitarrazos y alcoholismo.
No tardaron mucho en darse cuenta de otra infinidad de corrientes que fluyen por la ciudad, pero debajo del radar de los medios elitistas, y así, en bares bohemios y clubes de electrónica se empezó a gestar esta nueva cultura de opulencia desgarbada.
En estos tiempos, demostrar un nivel cultural es lo chic. Demostrar que se ha viajado, demostrar que se ha leído, demostrar habilidad en los enseres del día a día, autosuficiencia, pero sobre todo, y después de haber tenido que demostrar todo lo anterior, mantener el sentido del humor. Esa es la prueba y denotación máxima del elegante de nuestros tiempos. Poder reír a pierna suelta por algún chiste bien sincronizado, y es tan importante el humor en esta nueva escala de valores, pues es un símbolo de humildad. La humildad por extraño que parezca es el epítome de la elegancia. Y he aquí la mayor de las contradicciones del lenguaje, y es contradictoria pues funciona en 2 sentidos igualmente contradictorios. Si la humildad es el símbolo máximo de la elegancia, entonces, la opulencia subraya lo naco.
Esta regla básica me ha hecho reconocer en la gente que me rodea a los nacos y a los elegantes. Y a menudo es sorprendente. Ahí donde todo huele a Zegna, a menudo hay una caca escondida. Ahí donde la gente es amable y los chistes dan risa y luego te ponen a pensar, ahí hay gente que sabe llevarse. Con clase.
No me quiero poner en ninguno de los 2 papeles, pues soy solo un esteta disfrazado de taquero, pero si tuviera que elegir sería el mas opulento de todos, para que con mi naquez pasara por debajo de los radares de las personas elegantes y observadoras y así, llevar mi humildad mas allá de ellos, una humildad disfrazada de mal gusto enjoyado.
Es solo darle un giro mas a la tuerca, pero con todo lo divertido de ser bien pinche naco. Un poco como si un día de estos nos enteráramos que Donald Trump dirige un club de filósofos e intelectuales renacentistas, pero no quería que sus amigos nacos se enteraran, pues tal vez lo dejarían de frecuentar.
O como si Niurka Marcos hubiera empezado bailando danza clásica en una compañía cubana en la época comunista, y manejara una red de contrabando de obras literarias prohibidas por el régimen.

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