En zafarrancho lisérgico en un camión en costa rica. Sintiendo el polvo en los pulmones, navegando por un extraño rumbo bañado por la luz ocre del atardecer caribeño. Entre montañas que cubren el horizonte, y que al ser rebasadas por el bus dejan ver muchas mas detrás. Es un inmenso mar con olas de matorrales empolvados. Las cercas de púas son sostenidas por troncos que han echado raíces, y de los muñones empiezan a escupir ramas en todas direcciones, con formas antinaturales. Estas formas, llenas de tumores y cicatrices al ser dibujadas por las sombras que proyectan me recuerdan grotescas caras de mil formas distintas, con 10 ojos pero sin boca, o con 7 bocas y 2 narices, todas expresivas, ninguna equilibrada. Azorado observo este recorrido de monstruosidades arbóreas. Me empiezo a preguntar si mi estado propensa esta suerte de hipersensibilidad visual. Sin duda estoy en lo correcto. Volteo la vista hacia mis adentros, pero lo que encuentro ahí es aun peor. Miles de estructuras fractaloides que crecen a ritmos trepidantes, lo único que me queda es volver la vista al camino, pero al hacerlo me encuentro con una visión que me estremecerá muchos años después. Sobre el camino a lo lejos se observan 2 figuras en forcejeo que no alcanzo a adivinar inmediatamente. Al acercarnos puedo distinguirlo. Un niño que llora desesperado sosteniendo la rienda de una cabra enorme que lucha por liberarse. El niño tiene los ojos cerrados y esta lleno de polvo, sufriendo, y la cabra me mira fijamente a los ojos mientras suelta un grito inaudible pero ensordecedor. Me estremezco. Prefiero no comentárselo a mis camaradas. Eso solo lo pude haber visto yo.
Me despierto borracho. Me meto a la regadera. El agua caliente se acaba a los 2 minutos. No siento el agua fría. Solo un vago recuerdo de la noche anterior. Me duelen los huesos. Salgo tambaleándome. Mi cuarto es un desastre. Botellas en la cama. Nacho tirado en un catre me saluda. Voy tarde al trabajo. Me visto como puedo y me despido. Risas demenciales al tratar de recordar alguna anécdota. Tomo el ipod y pongo tool a todo volumen. No escucho la música. El sol pega fuerte pero no alcanzo a notarlo.
Salgo corriendo a la calle. Por teléfono me preguntan donde estoy y cuando voy a llegar. No pasan taxis. Tiemblo. Entro a una tienda y compro medio litro de jugo de naranja “natural”. Lo engullo en 10 segundos. Vuelvo a salir. Se detiene un taxi. Me quiere cobrar 200 pesos por ir al trabajo. Lo mando al demonio. Prefiero esperar y recibir un regaño a regalarle mi dinero a un abusador.
De repente lo veo venir directamente, un taxi. Le hago la señal y se detiene. Le pregunto el precio y me dice 70 pesos. No lo pienso y me subo. Estoy por preguntarle si tiene cambio de 500 cuando volteo a verle la cara. No hay tal. Solo existe un muñón con ojos. Una cicatriz parlante. No existen palabras para describir esa cara. Pareciera como si su cara hubiera sido arrancada de tajo con un cepillo de alambre y después hubiera sido cauterizada con sosa cáustica. El taxista percibe mi endeble situación y procura llevarme con delicadeza. Deambulo entre territorios inauditos. Llego a mi trabajo y la borrachera empieza a ceder.
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