Un pie delante del otro, en constante negación de independencia, obedeciendo a ritmos ajenos a la comodidad y mal vistos a estas horas de la noche. Doblé la esquina de José Martí y me enfilé media cuadra sobre revolución hacia el sur, con la sana intención de llegar a mi casa y demostrarme de esta manera que soy capaz de negarme a la fiesta.
Resultó relativamente fácil pues la “fiesta” más bien consistía en una reunión de desempleados del tipo malabaristas en casa de unas muy cuestionables amistades.
Con el cuerpo enjuto y encorvado, presionando la bufanda con la quijada, al levantar la vista, cerca ya de la entrada del edificio, distinguí detrás de las luces de una marquesina un cuerpo moviéndose a mi mismo ritmo en dirección opuesta a mi.
No solo compartíamos velocidad, sino complexión, postura y ritmo de zancada.
Me detuve casi inevitablemente, como asustado por mi propio reflejo y casi sentí alivio al confirmar mis sospechas. El personaje frente a mi se detuvo en exactamente el mismo instante.
Tal vez fueron un par de segundos, tal vez una hora, o pudo haber sido toda una existencia paralela, en que mis ojos observaban a su observador, tratando de atisbar alguna diferencia que nos regresara al mundo de lo comprensible.
Simples 20 metros de distancia. 2 seres ajenos a la noche, tratando de caminar en sentido contrario, asustados de lanzar el primer paso, por miedo a que el otro haga exactamente lo mismo.
Decidí sentarme. Saqué mi libreta digital.
Estoy escribiendo esto, y creo que el también.
Habrá que ver si estamos teniendo las mismas faltas de ortografía.
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